Hinchas de Liverpool cantan al ritmo de "Mambrú se fue a la guerra": "We're gonna have a party? (Vamos a hacer una fiesta/ Vamos a hacer una fiesta/Vamos a hacer una fiestaaaa?)? when Maggie Thatcher dies". Es decir, "cuando Margaret Thatcher se muera".
Lo cantan desde hace meses. Lo cantan cuando se bajan de los micros, cuando entran al estadio y cuando se ubican en las tribunas. No paran de cantar. "Expose the lies before Thatcher dies" (Destapen las mentiras antes de que Thatcher se muera), piden en otro cartel que llevan siempre a la cancha. Apenas conocida este lunes la muerte de Thatcher, los hinchas exigieron al gobierno que publicara los documentos oficiales sobre el rol de la ex premier en el caso Hillsborough. Quieren saber si Thatcher, como sospechan, tapó mentiras y negligencia de la policía. Hillsborough, el estadio donde el 15 de abril de 1989 murieron asfixiados 96 hinchas de Liverpool, recordará el lunes su vigésimo cuarto aniversario. Desde entonces, los hinchas cantan en cada partido: "Justice for 96". "Si este fin de semana se celebra un minuto de silencio en los estadios -avisó uno de los sitios de hinchas- no será por Thatcher, será por nuestros muertos." Liverpool es un símbolo. Thatcher no es amada por los hinchas en general. Para evitar silbidos, no se anuncian homenajes oficiales este fin de semana en los estadios. Muchos creen que es una injusticia. Al fin y al cabo, la Premier League, la liga más millonaria del fútbol mundial, debe su creación a la "dama de hierro".
De 1976 a 1984, Liverpool había ganado tres veces lo que hoy es la Liga de Campeones de Europa. En 1985 perdió la final 1-0 con Juventus. Fue la recordada Masacre de Heysel, cuando fanáticos ingleses aplastaron y provocaron la muerte de 39 hinchas del equipo italiano. Avergonzada de los hooligans, que dañaban la imagen de su "revolución conservadora", Thatcher prohibió de 1985 a 1990 a los equipos ingleses jugar las copas europeas. Fue fácil en 1989 echarles otra vez la culpa a los hooligans por Hillsborough. El informe policial, publicado por el editor Kelvin MacKenzie en The Sun bajo el título "The Truth" (La Verdad), acusó a los hinchas de robar dinero, orinar sobre cadáveres y hasta abusar sexualmente de una joven muerta. Cuatro años después, un informe final del juez Peter Taylor estableció que, en realidad, la tragedia fue por la negligencia de una policía acostumbrada a tratar a los hinchas como animales: dejó que desbordaran la capacidad de una tribuna, les cerró las puertas y, luego, ya iniciada la semifinal de Copa Inglesa ante Nottingham Forest, y con los hinchas desesperados porque se aplastaban, trabó los accesos para que no hubiese invasión de campo. Prohibió también el ingreso de ambulancias. En septiembre pasado, 23 años después de la tragedia, el gobierno por fin pidió disculpas. "Hago tributo a la increíble fuerza y dignidad de las familias de Hillsborough en su búsqueda de justicia", reconoció el premier David Cameron. Un nuevo informe estableció que si al menos la policía hubiese actuado bien una vez provocado el desastre quizá 41 de las 96 víctimas podrían haber sobrevivido. Apenas 14 víctimas fueron trasladadas a dos hospitales. La policía alteró 164 testimonios y 116 fueron removidos. Debió pedir disculpas hasta Boris Johnson, acaso futuro premier conservador, hoy alcalde de Londres. Era editor de Spectator cuando en 2004 la revista insistió en culpar de la tragedia a "alcoholizados fanáticos de Liverpool". Por supuesto que también se disculpó MacKenzie, un periodista que era favorito de Thatcher. "Demasiado poco, demasiado tarde", le respondió Trevor Hicks, que perdió dos hijos en la tragedia.
Hillsborough Family Support Group (HFSG), una de las agrupaciones de familiares, dice que Thatcher recibió un informe lapidario que denunciaba la negligencia policial cuando fue al estadio al día siguiente del desastre. Thatcher, afirmó Michael Mansfield, abogado de los familiares, encubrió el falso informe de la policía de Yorkshire Sur.
Había hecho lo mismo en 1984 cuando ese mismo departamento, rememora Mansfield, reprimió salvajemente una histórica huelga del Sindicato Nacional de Mineros, la recordada Batalla de Orgreave. La "dama de hierro" ya había hecho honor a su apodo dos años antes, cuando ordenó el hundimiento del General Belgrano y mató a 323 soldados argentinos. La Guerra de Malvinas, coinciden todos los especialistas, la salvó de una derrota electoral y le permitió profundizar una política económica de privatizaciones y recortes que, según todos los indicadores, desprotegió a las clases más pobres y enriqueció a los más ricos. "Esa política -me dice desde Londres el sociólogo Gary Armstrong- también la llevó al fútbol. ¿Cómo podría haberse identificado con las afiliaciones tribales de décadas de antigüedad y el romanticismo que el juego y sus clubes proveen para muchos una mujer que fue célebre por haber dicho que «no existe lo que se llama sociedad»?" Thatcher -escribió Andy Lions en The Guardian- "odiaba a los hinchas de fútbol porque, de hecho, odiaba a las clases trabajadoras. Creó un Estado policial y criminalizó a mineros e hinchas por igual".
Empresarios enriquecidos con su política de desregulación financiera, me cuenta Armstrong, volcaron sus millones al fútbol. Tras el desastre de Hillsborough el Estado les había ahorrado la tarea sucia. Echó a los hooligans y modernizó estadios a través de créditos públicos.
Abrazados a los millones de Rupert Murdoch, los empresarios-patrones votaron por sacar el fútbol de la BBC pública para llevarlo a la TV de pago. Contrato de TV en mano, cotizaron a sus clubes en la Bolsa, se hicieron millonarios y revendieron las acciones al capital extranjero, magnates rusos y estadounidenses, jeques árabes y ex ministros prófugos de Asia. Los números son escandalosos. Los explica mejor que nadie el periodista David Conn en sus libros The beautiful game? y The football business . En el último ( Richer than God ) cuenta la historia de su club, Manchester City. Habla del ex primer ministro tailandés Thaksin Shinawatra, acusado de violar derechos humanos, que quedó con una ganancia neta de 137 millones de dólares al revender en un año el City al gobierno de Abu Dhabi. El estadio construido en 2002 con dinero público se llama ahora Etihad Stadium. Manchester United no tenía deudas cuando la familia estadounidense Glazer lo compró en 2005. Lo hizo tomando créditos bancarios que transfirió al club, que hoy busca nuevos inversores porque debe 800 millones de dólares.
El próximo contrato de 8400 millones de dólares por tres años de la TV es el nuevo queso de la Premier League. La repartición de ese dinero es cada vez más injusta. Enriquece a los más ricos y empobrece a los más pobres. Agranda las diferencias y elimina la competencia. "La Premier League -dice Armstrong- es la quintaesencia del thatcherismo." También se multiplicó el costo de las entradas, cuatro veces mayor que en Alemania, precios imposibles para la clase trabajadora. La liga más televisada y globalizada del fútbol mundial subió paradójicamente el rojo a más de 5000 millones de dólares. Una decena de clubes fue a la quiebra. Más de la mitad pierde hoy dinero.
"Thatcher pudo haber dividido opiniones en Gran Bretaña, pero no en el fútbol, que le debe haberlo rescatado de los hooligans y que ahora uno pueda sentarse cómodo y seguro" en estadios que parecen teatros. Lo escribió este martes Jeff Powell, en el Daily Mail, indignado porque Manchester United y Manchester City no homenajearon con un minuto de silencio a la "dama de hierro" en el partido que jugaron el lunes pasado en Old Trafford. "¿Dos equipos del castigado norte de Inglaterra celebrando a Maggie? Vamos Powell -responde uno de los lectores-, no me haga reír?" Ken Loach, director de cine, amante del fútbol y no de Thatcher, sugirió ayer un homenaje distinto: "Privaticemos su funeral, es lo que ella habría querido".
Ezequiel Fernadez Moores
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Gracias viejo, me encanto.
ResponderBorrarChau Margarita, que te llueva de abajo vieja siniestra
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