4 de diciembre de 2013

10 anécdotas de Roberto Perfumo.


Julio Grondona como jugador era el Jefe, jefe indiscutido y total. Jugamos juntos en Arsenal, en una categoría anterior a la D, en los potreros. Arsenal era el mejor equipo de los barrios. Yo jugaba de cuatro, Julio de diez y su hermano de nueve. Julio jugaba bien, pero era igual que ahora: no aguantaba a ningún árbitro, él ponía al juez. Un día, de visitante, llevamos un árbitro y cobraba todo para ellos. “¿Qué hacés?”, lo encaró Julio. “Estoy cobrando para ellos para que crea que los voy a favorecer”, contestó el tipo. A los 15 del segundo tiempo pitó penal para ellos. Entonces Julio explotó: “¡Te vendiste hijo de puta!”. Agarró el pito y lo tiró a la mierda, se terminó el partido. Nooooo. Julio era dirigente desde los quince años. Un personaje fenomenal, yo lo quiero mucho.

Una vez le pegaron un piedrazo al Charro Moreno, le partieron la cabeza y el médico, en el entretiempo, le dijo: “¿Por qué no me avisaste así te atendía?”. Moreno le contestó: “Sí… mañana te iba a dar el gusto”. Hoy, por un piedrazo te suspenden seis meses la cancha.

El Mono Mas, lejos el más jodón, una cantera inagotable de pelotudeces. En la concentración de River había un baño para todos y él tiraba para arriba la bandeja del mozo a las 2 de la mañana, pegábamos cada salto en la cama. El futbolista es uno de los tipos más humoristas y con más inventivas para joder.

A Pizzuti nunca le vi un gesto de miedo. Una vez jugábamos contra el PSV, en España. Yo le dije: “Mire que tienen a media selección, vamos a dormir temprano”. El me escuchó: “Déjese de joder, Roberto, cuándo estos patas blancas nos enseñaron a jugar al fútbol”. Una de sus grandes virtudes era la facilidad que tenía para hacerse el boludo. El 50% de un técnico es hacerse el boludo, sobre todo cuando los jugadores tienen razón. Te daba vueltas las cosas y terminaba diciéndote: “¿No les dije yo que era así? Lo que pasa es que quería que ustedes lo dijeran”.

Una vez Labruna nos retó porque llegamos tarde a una práctica. Al poco tiempo él llegó tarde y uno de los muchachos le reclamó porque no daba el ejemplo. Entonces nos dijo: “¿Saben lo que pasa, muchachos? Yo salgo una hora antes de mi casa, pero la gente me para en la calle para pedirme autógrafos”. Un fenómeno, vivía a dos cuadras de la cancha.

Teníamos que jugar el desempate contra Cruzeiro por la Libertadores. Era un momento bravísimo, teníamos medio equipo averiado. Fui a su pieza y Labruna estaba leyendo las carreras en Crónica. No sabíamos quién iba jugar por Jairzinho, entonces me fui por las piezas a ver si en algún diario estaba el plantel de ellos. Volví a los 15 minutos y Angel estaba dormido, con los anteojos por la mitad de la nariz. El tipo tenía un quilombo bárbaro y dormía lo más pancho. Así era él: siempre optimista, seguro de sí mismo. En su lugar, otros hubieran caminado por las paredes.

El mejor equipo que integré fue el Racing de José, a pesar de que el Cruzeiro y River del 75 fueron muy buenos. Su principal virtud era el coraje, una cosa fabricada y mantenida por Pizzuti. ¿Cómo lo hacía? Nos cagaba a pedos a todos. Era garrote, garrote y garrote. Pedía que los mediocampistas metieran 20 goles por año. Claro, quién le podía discutir: él metía 30 siendo ocho. Nosotros lo amábamos, como a Labruna, aunque era la antítesis de Pizzuti. Y eso que siempre les discutía. Pero el jugador que no está de acuerdo es el mejor, el que puede transgredir.

Cuando empezaba a laburar, una vez le pregunté a Duchini: “¿Qué le mira usted a los jugadores?”. El me contestó: “No me preguntés, porque no sé”.

Yo venía de Lanús y de Independiente, donde me habían bochado. En River me agarró el Gordo Díaz. “¿De qué laburás, pibe?”, me preguntó. “De tornero”. “Bueno, dedicate a eso porque al fútbol no podés jugar”. Y así como Maradona una vez dijo que desde que Menotti lo sacó del 78, él jugó para Menotti, para mí fue parecido y jugué para el Gordo. A los diez días me enteré que Duchini estaba en Racing y allí fui. De lo único que estuve seguro en mi vida era que quería ser futbolista.

Yo jugaba de volante por izquierda pero se lesionaron dos fullbacks y Pizzuti nos puso a Basile y a mí. Fuimos un desastre contra Ferro, los hinchas me querían matar. Le dije a Pizzuti que la cosa no iba a andar. El tipo insistió. “Vos vas a jugar ahí, vas a ir al Selecionado y me vas a traer un piloto de Londres cuando vayas al Mundial”. Ahí le conté a Basile el diálogo. “Está en pedo”, me dijo el Coco. Eso fue en agosto del 65 y en diciembre Zubeldía me llamó a la Selección y no salí más.

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