Hablamos de la turbia destitución de Joseph Blatter con poca esperanza de superación o mejoría de la enferma FIFA. Teniendo en cuenta que el golpe llega desde Estados Unidos en tiempos de geopolítica caliente, nada bueno puede esperarse.
Pocas dudas quedan de que las consagradas sedes mundialistas de Rusia (2018) y Qatar (2022) son eje fundamental del movimiento que no disimuló Greg Dike (Federación Inglesa de Fútbol) cuando, a pocas horas de logrado el descabezamiento de FIFA, salió a decir que “vamos a celebrar” y que “si yo fuese los organizadores del Mundial de Qatar, no dormiría bien esta noche.”
La destitución de Blatter llevó meses de presión. Ya a principios de junio la FIFA tuvo que salir a erosionar sus propias decisiones cuando Domenico Scala, presidente de la Comisión de Auditoría, precisó que hasta el momento no había pruebas pero que "si existen pruebas de que Qatar y Rusia obtuvieron (las sedes mundialistas) gracias únicamente a sobornos, entonces se les podría retirar."
En este marco de febriles y secretas negociaciones (tan secretas como las de Lehman Brothers), el presidente de Rusia, Vladimir Putin, salió al cruce desde un foro económico celebrado en San Petersburgo: la atribución del Mundial de Fútbol de 2018 a Rusia no debe cuestionarse ya que "luchamos de manera honesta y ganamos. No creemos que la decisión pueda ponerse en duda… Estábamos listos y eso convenció a la FIFA. La construcción de estadios ya comenzó".
Después de contar que una investigación se abrió en su país, Putin agregó que "estamos a favor de la lucha contra la corrupción, pero corresponde a un tribunal decir si alguien es culpable".
En la misma línea, un representante de la Comisión de Investigaciones Rusa, Vladimir Markin, firmó una columna en el diario ruso Izvestia, argumentando que los funcionarios estadounidenses han hecho de sí mismos los "árbitros supremos de fútbol internacional", en relación con el escándalo de la FIFA. A partir de ahí, Markin avanzó elegantemente a una serie de asuntos dignos de una investigación internacional.
Markin apunta entonces a indagar “un poco más” en asuntos turbios de Estados Unidos, como el Mundial de 1994, los crímenes de guerra cometidos en Ucrania del Este o, más atrás, el aterrizaje en la Luna de 1969.
"No afirmamos que no llegasen (a la luna) y luego simplemente grabasen una buena película con todo ello. Pero todas esas pruebas científicas, me atrevería a decir que culturales, son parte del legado de la humanidad, y su desaparición sin dejar rastro es una pérdida para todos. Necesitamos investigar qué ha ocurrido".
Es de lamentar que la cúpula política rusa se pliegue a los ribetes bizarros y baje a los sórdidos niveles estadounidenses de invención, pero acaso es preferible a una continua guerra fría (?).
Habrá que creer el discurso de la NASA que, en 2009, salió a publicar que las cintas que contenían grabado el alunizaje de las misiones Apollo fueron borradas “por accidente” en una operación (de borrado de 200.000 cintas) para ajustar presupuestos y que los pasantes Thad Roberts y Tiffany Fowler se robaron rocas lunares para tener sexo galáctico sobre ellas.
Por lo pronto, la enferma FIFA no muestra signos de recuperación. Más bien, todo lo contrario.
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