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19.05.2013 - El informe del Servicio Penitenciario Federal detalla que el ex presidente argentino de facto Jorge Rafael Videla fue encontrado muerto en el inodoro de su celda del Complejo Penitenciario Federal 2 de Marcos Paz (Provincia de Buenos Aires). Caídas, fracturas y hemorragias se sumaron a sus 87 años de edad.
“Uno de los agentes asignados al pabellón, Sergio Cardozo, realizó una recorrida siendo aproximadamente las 6.40 hs de la que no surgen novedades. Posteriormente, en el recuento general, siendo aproximadamente las 8.00 hs, el celador lo observa sentado en el inodoro, pasa nuevamente a las 8.15 hs y al no responder al llamado, solicita la presencia del servicio médico”.
El informe confirma que la muerte se produjo (17.05.2013) alrededor de las 6:30 de la mañana.
La muerte de Videla (el presidente que entregó la Copa del Mundo a Daniel Passarella en 1978) produjo sus (indisimulables) efectos en un país dividido.
No sorprende a un argentino la inmensa y temeraria hipocresía que se respira en el ambiente. Un mosaico de explicación llega desde las portadas de los medios escritos y las columnas de TV. Podemos decir que, ante mínimos reconocimientos, la abrumadora mayoría plasma la actuación del personaje (Videla) con la distancia del rechazo, denotando en primer término su inobjetable responsabilidad en la muerte de miles “desaparecidos” (palabra que desde entonces se escribe en español en todo el mundo).
No se podía fusilar a “las personas que debían morir para ganar la guerra”, dijo Videla. Los antecedentes del generalísimo Francisco Franco, denunciado por protestas de gobiernos europeos, latinoamericanos y el Papa Paulo VI (1975) por la decisión de ejecutar a tres miembros de ETA y la liberación de los presos políticos dictaminada por Héctor Cámpora a horas de su asunción en 1973 que dejaba sin jueces cualquier proceso legal llevó a la Junta Militar argentina hacia el camino de las desapariciones para “evitar marchas y protestas”.
El objetivo era claro: “disciplinar a una sociedad anarquizada, fundar un nuevo modelo económico (liberalismo indiscriminado)”, disciplinar a un sindicalismo “exacerbado e irracional” y combatir el virus “disgregador y extranjerizante” de la izquierda, entre otros.
El saldo de este diagnóstico fue la muerte de miles de ciudadanos argentinos (torturas y campos de concentración mediante), la quiebras de cientos de empresas, aumento sideral de la deuda externa, creciente desempleo y pauperización más caída abrupta del poder adquisitivo de la población, mediante el horror que significa el terrorismo de Estado: el Estado, garante de la ciudadanía, era el asesino.
Ahora bien. Si el militar se vio conminado a tomar el poder para salvar a la Argentina del comunismo y no tuvo otro camino que la matanza para hacerlo ¿dónde están hoy los agradecidos a su empresa?
Entre los sectores (civiles) que apoyaron al Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) descolló el “establishment” económico, encarnado por la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias, que reunía a 700 empresas y que el 16 de febrero de 1976 cerró los lugares de trabajo y paralizó comercios, negocios y fábricas haciendo el primer paro patronal de la historia argentina.
Videla no quedó contento con ellos: “Se lavaron las manos. Nos dijeron ´Hagan lo que tengan que hacer´, y luego nos dieron con todo. ¡Cuántas veces me dijeron: ´Se quedaron cortos, tendrían que haber matado a mil, a diez mil más´! Era barato decir eso: ¡Mire el precio que tuve y que tuvimos que pagar! Y no me refiero sólo al precio objetivo de nuestra prisión actual, sino al precio subjetivo, a los planteos morales…”
Fue siempre inútil insistir con la pregunta de a qué empresarios se refería. Nunca hubo respuestas. Tampoco hubo respuestas sobre el destino final de los desaparecidos. Secretos que Videla se llevó a la tumba y que contribuyen a la no cicatrización de un país mal herido donde aquellos instigadores siguen caminando entre nosotros acaso condenando el nombre de un asesino.
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