13.03.2013 - "Habemus Papam" se oyó en Plaza San Pedro. Y a las 19.08 (hora italiana) el cardenal Jorge Bergoglio (76) (Obispo de Buenos Aires) salió al balcón a recibir la ovación como nuevo Papa (nº266) bajo el nombre de Francisco I.
El conservador Bergoglio iba de chico al Viejo Gasómetro mientras su padre (ferroviario) practicaba tenis en el club y se confiesa unánime hincha y socio de San Lorenzo que presenció el título de 1946 guardando en su recuerdo los ídolos de entonces: Farro, Pontoni y Martino: "No me perdí ninguno de esos partidos".
Jorge Mario Bergoglio llegó al sacerdocio a los 32 años, casi una década después de perder un pulmón por una enfermedad respiratoria y de dejar sus estudios de química. Pese a su ingreso tardío, en menos de 4 años llegó a liderar la congregación jesuita local (1973-1979). Su vertiginoso ascenso coincidió con uno de los períodos más oscuros de Argentina: la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1982.
El cuestionamiento príncipe que se le hace a Bergoglio remite al secuestro de dos jesuitas detenidos clandestinamente por el gobierno de facto por hacer tareas sociales en barriadas de extrema pobreza. Según la acusación, el cura les retiró la protección de su orden religiosa por lo que ambos párrocos sobrevivieron a un encierro de cinco meses.
El señalamiento consta en el libro "El silencio" de Horacio Verbitsky, basado en manifestaciones de Orlando Yorio, uno de los jesuitas secuestrados, antes de fallecer por causas naturales en 2000.
“La historia lo condena: lo muestra como alguien opuesto a todas las experiencias innovadoras de la Iglesia y sobre todo, en la época de la dictadura, lo muestra muy cercano al poder militar”, señaló tiempo atrás el sociólogo Fortunato Mallimacci, ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Defensor acérrimo de la mayor ortodoxia, en 2010 se enfrentó al Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner cuando la presidenta impulsó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo.
“No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios”, escribió Bergoglio en una carta días antes de que el proyecto fuera aprobado por el Congreso.
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