17 de abril de 2014

El fútbol según García Márquez.


No entendemos demasiado su definición del fútbol. Podemos inducir de ella, que empieza con un tono minimizador ("no es más que..."), que acaso no lo sintió o comprendió desde adentro. Al menos no ignoró su inevitable impacto. Aquí, un texto suyo de 1950 cuando tomó el coraje de convertirse en hincha de Junior (Barranquilla).

"Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado. Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.

Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad. No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi --o lo que creí ver ayer tarde-- para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía. En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).

Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera. Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos --que ayer se portó como cuatro-- cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad. De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.

Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica.

No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago --públicamente-- a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo --desde el punto de vista deportivo-- la oveja descarriada".


Gabriel García Márquez falleció hoy a los 87 años de edad dejando, sí, un legado digno de agradecimiento.

1955 - La hojarasca
1961 - El coronel no tiene quien le escriba
1962 - La mala hora
          - Los funerales de la Mamá Grande
1967 - Cien años de soledad
1968 - Isabel viendo llover en Macondo
          - La novela en América Latina: Diálogo (junto a Mario Vargas Llosa)
1970 - Relato de un náufrago
1972 - La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada
          - Ojos de perro azul
          - El negro que hizo esperar a los ángeles
1973 - Cuando era feliz e indocumentado
1974 - Chile, el golpe y los gringos
1975 - El otoño del patriarca
          - Todos los cuentos de Gabriel García Márquez: 1947-1972
1976 - Crónicas y reportajes
1977 - Operación Carlota
1978 - Periodismo militante
          - De viaje por los países socialistas
          - La tigra
1981 - Crónica de una muerte anunciada
          - Obra periodística
          - El verano feliz de la señora Forbes
          - El rastro de tu sangre en la nieve
1982 - El secuestro: Guión cinematográfico
          - Viva Sandino
1985 - El amor en los tiempos del cólera
1986 - La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile
1987 - Diatriba de amor contra un hombre sentado: monólogo en un acto
1989 - El general en su laberinto
1990 - Notas de prensa, 1961-1984
1992 - Doce cuentos peregrinos
1994 - Del amor y otros demonios
1995 - Cómo se cuenta un cuento
          - Me alquilo para soñar
1996 - Noticia de un secuestro
         – Por un país al alcance de los niños
1998 - La bendita manía de contar
1999 - Por la libre: obra periodística (1974-1995)
2002 - Vivir para contarla
2004 - Memoria de mis putas tristes
2010 –Yo no vengo a decir un discurso

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