Observando el fútbol como espectáculo televisivo, la perfecta correlatividad de partidos organizados en viernes, sábado y domingo que propicia la internación y el posterior empacho de fútbol, me recuerda una sesión colectiva que hiciéramos en cierta oportunidad: sábado y domingo lluviosos de invierno, celosías y cortinas cerradas, sillón, sillón cama y cama, volumen y, en la pantalla, Holocausto (8 horas con Meryl Streep, Michael Moriarty, Iam Holm y James Woods).
Retrospectivamente percibimos la concepción de miniserie. Digo, como segregándola, por ejemplo, del cuento literario, concebido para ser abarcado de un tirón. Entonces el cuento, el buen cuento, se torna un mecanismo de relojería, limpio de reiteraciones y datos superfluos dejando espacio al condimento de suspenso que nos empuja hacia el desenlace.
Notamos las repeticiones en la oscura sesión “Holocausto”; ciertas escenas, quizás prescindibles (nexo entre episodios de miniserie), semejantes, de alguna manera, a ciertas formas noveladas de Cortázar o remanidos enfoques foucaltianos, ambos recursos, claro, destinados a la reafirmación de conceptos (escenas). El mismo (pero invertido) desajuste que percibiríamos en caso de leer un cuento en más de una toma (entonces necesitaríamos esos guiños de recuerdo de escenas anteriores que ahora nos molestan).
Pongamos fútbol. Fútbol en continuado como función de cine antiguo (2 y 3 películas). Cuando un partido transcurre en los minutos de descuento, sale el equipo siguiente para el próximo partido y estaremos leyendo el mismo cuento, breve (90 minutos), una decena de veces en 15 horas cíclicas.
Traslados tan interminables como inútiles, duelos personales, infracciones innecesarias, forcejeos desmedidos, torpezas de reserva, arqueros sin manos, defensores sin concepto, delanteros sin ideas. Partidos clonados, jugadas repetidas, jerarquías compensadas. Jugadores sin ideas de conjunto. Conjuntos sin idea colectiva.
No agreguemos la pobreza, hagamos el esfuerzo, por una vez, de no terminar en la pobreza latina y el mercado europeo que devasta las canteras criollas.
En algún momento y dada mi relativa ignorancia sobre el básquet, discutí con un amigo – empedernido consumidor de NBA – sobre las distancias que separan las vicisitudes de un partido de básquet de un partido de fútbol, haciendo hincapié en la abrumadora diferencia de variaciones y posibilidades de juego que presenta uno y otro.
Coloreado de indignación, mi interlocutor hizo severas acusaciones sobre sutileza y visión deportiva (y acaso con razón, porque mi intención no es analizar el básquet sino el fútbol). Insinué que las (exiguas) dimensiones de la cancha sumadas a los regímenes cronometrados (30 segundos de ataque) y a la uniforme altura de sus jugadores que no pueden contactarse, atentaban contra la diversidad de tipologías de jugadas.
Lo traigo hoy, después de ver fútbol en continuado. Equipos de ataque en un ancho abanico en ¾ de campo y a esperar a que cada jugador domine la pelota, se posicione, piense y descargue (generalmente hacia los laterales), o un tiro de larga y larguísima distancia (como para ver que pasa) ante la ausencia de receptores o, como no podía ser de otra manera, al punta y buscar el centro a la olla, vamos a Vietnam (el área) y, por ahí, la pegamos. Y centro y centro y centro (en la fecha 1 Boca tiró 33 centros al área de Argentinos) hasta que el cántaro al final puede romperse.
Una y otra vez en continuado. Un capítulo cada 90 minutos a la espera de un gesto desigual. Cada jugador encadenado a su función, con la satisfacción del deber cumplido (haber entregado la pelota a un compañero) convertido en espectador inmediatamente después de la descarga, como si ahí hubiese terminado su jugada, sin enterarse de que, acaso, recién empezara.
Entonces, en un hilo muy coherente, tenemos goles devenidos de la fortuita individualidad, del grosero error defensivo, de la azarosa curva de la pelota, de la pegada de un tiro libre, del indefectible penal, de Vietnam... y entrenadores que debaten, junto o sobre periodistas, sobre las virtudes de marcar hombre a hombre o en zona en las pelotas paradas, la cuantificación de ejércitos en las zonas calientes, la altura de los marcadores y los beneméritos esquemas táctico – telefónicos.
A propósito del partido Lanús 1 Boca 2, Chiche Sosa – interpelado – sostiene los riesgos implícitos de la marca en zona en pelotas paradas (sobre todo en los córners), sistema de marca practicado por este Boca de Basile que dice estar “muy caliente por la pelota parada” porque “practicamos toda la semana” y a Boca, que mojó de cabeza, lo embocaron de cabeza. Cierta lógica teórica tiende a recomendar la marca hombre a hombre por sobre la zona (sincronización y relevos). Sin embargo Boca (marcando en zona) le ganó a Lanús (que marcando hombre a hombre metía los 11 en su propia área).
Sí Coco, va a pasar y seguir pasando. Porque el centro es una lotería en Vietnam. Y centro y centro y centro hasta que el cántaro al final se rompe.
Así abrió Boca el partido (en una sucesión de cinco centros). Así lo empató Lanús (de cabeza). Así lo volvió a ganar Boca (de cabeza).
Más allá de factores económicos, este fútbol ¿atrasa?
Todavía escuchamos a Bilardo autoproclamando la última revolución (suya) en la táctica del fútbol: el 3-5-2 de 1986. Y técnicos hablando de marca en zona, personal, cabeceadores, cuantificaciones (tres y cuatro en el fondo), puntas despegados, doble cinco, enganche o cuarto volante y números telefónicos sobre los pizarrones...
Microsoft quedó a la sombra de Google. Aquel habla de terminales, este de transmisión. Aquel habla de aparatos, este de flujos. Aquel habla del soporte, este de la información en movimiento.
Bilardo habla de esquemas y se maneja en VHS. Basile habla de zonas y le lleva 37 años a Zubeldía, Diego está aprendiendo, Caruso junta tipos altos, Gallego está buscando pólvora, Simeone administra recursos, Mohamed hace lo que puede...
Muchachos, las plazas ya están dadas. Salen 11 por lado y en el mediocampo se des-balancea la cuestión. ¿No es tiempo de estudiar y trabajar en el flujo, el movimiento, la coordinación entre el movimiento de los hombres y la pelota? ¿Es muy difícil descargar, correr, marcar un pase o llevarse un marcador?
Muchachos entrenadores, los jugadores ya saben cuál es su puesto, su límite y a quien deben marcar. Lo que no saben es para donde tienen que ir. Y si no, vamos con una sesión de El Padrino 1, 2 y 3.
Retrospectivamente percibimos la concepción de miniserie. Digo, como segregándola, por ejemplo, del cuento literario, concebido para ser abarcado de un tirón. Entonces el cuento, el buen cuento, se torna un mecanismo de relojería, limpio de reiteraciones y datos superfluos dejando espacio al condimento de suspenso que nos empuja hacia el desenlace.
Notamos las repeticiones en la oscura sesión “Holocausto”; ciertas escenas, quizás prescindibles (nexo entre episodios de miniserie), semejantes, de alguna manera, a ciertas formas noveladas de Cortázar o remanidos enfoques foucaltianos, ambos recursos, claro, destinados a la reafirmación de conceptos (escenas). El mismo (pero invertido) desajuste que percibiríamos en caso de leer un cuento en más de una toma (entonces necesitaríamos esos guiños de recuerdo de escenas anteriores que ahora nos molestan).
Pongamos fútbol. Fútbol en continuado como función de cine antiguo (2 y 3 películas). Cuando un partido transcurre en los minutos de descuento, sale el equipo siguiente para el próximo partido y estaremos leyendo el mismo cuento, breve (90 minutos), una decena de veces en 15 horas cíclicas.
Traslados tan interminables como inútiles, duelos personales, infracciones innecesarias, forcejeos desmedidos, torpezas de reserva, arqueros sin manos, defensores sin concepto, delanteros sin ideas. Partidos clonados, jugadas repetidas, jerarquías compensadas. Jugadores sin ideas de conjunto. Conjuntos sin idea colectiva.
No agreguemos la pobreza, hagamos el esfuerzo, por una vez, de no terminar en la pobreza latina y el mercado europeo que devasta las canteras criollas.
En algún momento y dada mi relativa ignorancia sobre el básquet, discutí con un amigo – empedernido consumidor de NBA – sobre las distancias que separan las vicisitudes de un partido de básquet de un partido de fútbol, haciendo hincapié en la abrumadora diferencia de variaciones y posibilidades de juego que presenta uno y otro.
Coloreado de indignación, mi interlocutor hizo severas acusaciones sobre sutileza y visión deportiva (y acaso con razón, porque mi intención no es analizar el básquet sino el fútbol). Insinué que las (exiguas) dimensiones de la cancha sumadas a los regímenes cronometrados (30 segundos de ataque) y a la uniforme altura de sus jugadores que no pueden contactarse, atentaban contra la diversidad de tipologías de jugadas.
Lo traigo hoy, después de ver fútbol en continuado. Equipos de ataque en un ancho abanico en ¾ de campo y a esperar a que cada jugador domine la pelota, se posicione, piense y descargue (generalmente hacia los laterales), o un tiro de larga y larguísima distancia (como para ver que pasa) ante la ausencia de receptores o, como no podía ser de otra manera, al punta y buscar el centro a la olla, vamos a Vietnam (el área) y, por ahí, la pegamos. Y centro y centro y centro (en la fecha 1 Boca tiró 33 centros al área de Argentinos) hasta que el cántaro al final puede romperse.
Una y otra vez en continuado. Un capítulo cada 90 minutos a la espera de un gesto desigual. Cada jugador encadenado a su función, con la satisfacción del deber cumplido (haber entregado la pelota a un compañero) convertido en espectador inmediatamente después de la descarga, como si ahí hubiese terminado su jugada, sin enterarse de que, acaso, recién empezara.
Entonces, en un hilo muy coherente, tenemos goles devenidos de la fortuita individualidad, del grosero error defensivo, de la azarosa curva de la pelota, de la pegada de un tiro libre, del indefectible penal, de Vietnam... y entrenadores que debaten, junto o sobre periodistas, sobre las virtudes de marcar hombre a hombre o en zona en las pelotas paradas, la cuantificación de ejércitos en las zonas calientes, la altura de los marcadores y los beneméritos esquemas táctico – telefónicos.
A propósito del partido Lanús 1 Boca 2, Chiche Sosa – interpelado – sostiene los riesgos implícitos de la marca en zona en pelotas paradas (sobre todo en los córners), sistema de marca practicado por este Boca de Basile que dice estar “muy caliente por la pelota parada” porque “practicamos toda la semana” y a Boca, que mojó de cabeza, lo embocaron de cabeza. Cierta lógica teórica tiende a recomendar la marca hombre a hombre por sobre la zona (sincronización y relevos). Sin embargo Boca (marcando en zona) le ganó a Lanús (que marcando hombre a hombre metía los 11 en su propia área).
Sí Coco, va a pasar y seguir pasando. Porque el centro es una lotería en Vietnam. Y centro y centro y centro hasta que el cántaro al final se rompe.
Así abrió Boca el partido (en una sucesión de cinco centros). Así lo empató Lanús (de cabeza). Así lo volvió a ganar Boca (de cabeza).
Más allá de factores económicos, este fútbol ¿atrasa?
Todavía escuchamos a Bilardo autoproclamando la última revolución (suya) en la táctica del fútbol: el 3-5-2 de 1986. Y técnicos hablando de marca en zona, personal, cabeceadores, cuantificaciones (tres y cuatro en el fondo), puntas despegados, doble cinco, enganche o cuarto volante y números telefónicos sobre los pizarrones...
Microsoft quedó a la sombra de Google. Aquel habla de terminales, este de transmisión. Aquel habla de aparatos, este de flujos. Aquel habla del soporte, este de la información en movimiento.
Bilardo habla de esquemas y se maneja en VHS. Basile habla de zonas y le lleva 37 años a Zubeldía, Diego está aprendiendo, Caruso junta tipos altos, Gallego está buscando pólvora, Simeone administra recursos, Mohamed hace lo que puede...
Muchachos, las plazas ya están dadas. Salen 11 por lado y en el mediocampo se des-balancea la cuestión. ¿No es tiempo de estudiar y trabajar en el flujo, el movimiento, la coordinación entre el movimiento de los hombres y la pelota? ¿Es muy difícil descargar, correr, marcar un pase o llevarse un marcador?
Muchachos entrenadores, los jugadores ya saben cuál es su puesto, su límite y a quien deben marcar. Lo que no saben es para donde tienen que ir. Y si no, vamos con una sesión de El Padrino 1, 2 y 3.
7 comentarios:
No Brasil a diferença do futebol para outros esportes é muito grande tambem, nosso volei domina todas as competiçoes mas não alcança o futebol a nivel de destaque em canais de televisão.
Mais uma vez obrigado pela visita e comentario ao Gremista Fanático.
abraço.
Saudações do Gremista Fanático
Excelente análisis.
Aquí Bielsa "se mama" horas y horas de videos, pero luego su equipo de ayudantes edita en 10 minutos individuales lo que cada jugador necesita retener sobre sus rivales y sus propias necesidades, para no cansarlo.
Saludos.
Excelente análisis, me quedo con varias frases para cuadro. La historia tal como decia Maquiavelo es cíclica...
Entonces seguiré esperando a Independiente campeón.
Saludos,
KUN
el ajo nivel de los jugadores lleva a este fútbol de centros constantes y apuestas al error del rival. porque es más fácil para los tpecnicos apostar por corredores, tipos duros, con menos habilidad, que por tipos con mejor trato del balón, quizás más laguneros, pero que rompen con la media. por eso el gol de ortega se repite mil veces, porque fue un golazo y porque es delos pocos jugadores que puede definir con tanta categoría en el fútbol argentino
@ javier: es cierto, pero el post trasciende la calidad de los jugadores.
Tampoco es que los entrenadores los prefieren rústicos y metedores (salvo Caruso) porque el mercado local no da para más.
Pero se trata de cambiar o evolucionar en el modo de conjugación de un equipo mas allá de que sean troncos o habilidosos. La manera de moverse en la cancha es lo que atrasa y aburre.
Arqueros como Vega, defensores como Paletta y Cabral, delanteros como Nieto y Luguercio mas técnicos de la calaña Falcioni, Caruso y flia, más relatores del orto...
Y encima había que pagarlo?
Me voy a ver Blade Runner.
Publicar un comentario