17.06.2013 - La cruzada FIFA de popularizar el ensayo mundialista en forma de torneo (Copa Confederaciones) no viene fácil. La inauguración de esta 8º edición, en Brasilia, así lo demuestra.
Latinoamérica vive tiempos de cambio y la FIFA, acaso soslayando el hecho, quedó expuesta. Las protestas en San Pablo y Río de Janeiro precedieron a la ceremonia de apertura (previa al inicial Brasil 3-0 Japón), donde las balas de goma y los gases lacrimógenos policiales dejaron un saldo 33 heridos y 20 detenidos.
Unos 600 manifestantes quemaron neumáticos y conos de señalización de la policía de tránsito bloqueando durante varias horas el acceso al estadio Mané Garrincha de Brasilia en reclamo de viviendas y denuncia de los elevados gastos públicos para el Mundial 2014 y los desalojos forzados de decenas de miles de personas en todo el país debido a las obras.
El gobierno "está construyendo un elefante blanco de 1.500 millones de reales (u$s 750 millones), haciendo muchas obras sobrefacturadas para la Copa, mientras mucha gente no tiene donde vivir", decían los manifestantes que, entre otros, portaban carteles con leyendas como "¿Copa para quién?" en rechazo a los u$s 15.000 millones que el gobierno destinará a inversiones públicas para el Mundial.
Mientras tanto, dentro del estadio, Joseph Blatter y Dilma Rousseff vivieron su momento de alta zozobra al momento de la inauguración oficial del torneo. Si bien los silbidos se iniciaron cuando se anunció la presencia de ambos, al momento de tomar los micrófonos y abrir oficialmente la competición el abucheo general fue incesante durante toda la (abreviada) alocución.
Blatter intentó redoblar la apuesta: "Amigos brasileños, ¿dónde está el respeto al fair play? íPor favor!" y logró empeorarle las cosas a Dilma que se limitó a decir: "Declaro abierta la Copa Confederaciones Brasil 2013".
Ayer (domingo), el asunto siguió durante el segundo partido (Italia 2-1 México), en los alrededores del Maracaná (cuyo entorno físico está aun en plena obra).
La policía disparó gases lacrimógenos y balas de goma para dispersar a más de 3000 manifestantes que, en la previa del partido, pretendían llegar a las puertas del estadio Maracaná para protestar contra los gastos mundialistas de Brasil: "La Copa no me importa, yo quiero salud y educación", cantaban los manifestantes.
Vale contar que los silbidos a Dilma Rousseff vienen envueltos en una tela que no es fácil de dilucidar (sólo) en los titulares de la parcializada prensa brasileña (O´Globo).
Los de adentro y los de afuera (del estadio) no protestaban por lo mismo, ni sus slogans de batalla coincidían con los de otros abucheos del mes. Hace dos semanas Rousseff estuvo en Mato Grosso do Sul, donde los productores sojeros la insultaron durante su discurso por la política de demarcación de tierras para ser entregadas a los indígenas y (como en Argentina) cortaron varias rutas y amenazaron con no comercializar la oleaginosa. Una semana después, el mismo tema desató las iras de la otra parte y de las organizaciones no gubernamentales que amplifican sus reclamos. Silbaron a la presidenta y cortaron otras rutas. Un indígena murió cuando la policía federal actuó como siempre lo ha hecho.
El jueves pasado no fue Dilma, pero sí la política de transportes de San Pablo, el estado más rico del país, gobernado por el opositor Geraldo Alckmin, la que llevó el caos a la mayor urbe sudamericana, con un saldo de 241 detenidos y centenares de heridos. El viernes, todo cambió. La presidenta fue vivada por miles de personas en la Rocinha, la gran favela carioca, donde fue a anunciar inversiones por u$s 1300 millones.
El sábado, en Brasilia, Rousseff, una víctima de la tortura de la dictadura (1964-1985), se mostró en el estadio sentada junto a una persona a la que, según cuentan, nunca quiso recibir en el Palacio del Planalto: el titular de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), José María Marín, ex gobernador del régimen de facto en San Pablo y colaboracionista de los peores exponentes del terrorismo de Estado. Para el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) el eco de esa silbatina será momentáneo, tal como lo fue la recibida por Lula en 2007 en la apertura de los Juegos Panamericanos de Río.
"Silbidos por parte de los ricachones no valen. Los asesores calcularon mal, era un evento con entradas carísimas, para la clase A. Esa gente no es de Lula ni de Dilma", opinó el senador Lindenbergh Farias (PT). Para el diputado Cándido Vaccareza, también del PT, no pasó de ser un hecho normal de una multitud que se refugia en el anonimato: "Político en el estadio siempre es silbado, la gente que va a la cancha quiere ver el partido y no a las autoridades." La oposición derechista alineada con el senador Aecio Neves (Partido de la Social Democracia Brasileña), rival de Dilma en octubre de 2014, festejó los silbidos como si fueran un gol.
Todo sirve para mantener viva la protesta, y la Copa del Mundo es la primera, aunque allí la cosa pasa por si el público puede o no pagar las entradas al valor puesto por la FIFA (una base de 60 dólares). Allí se juntaron los extremos del arco ideológico: la derecha que se sentará en los estadios del primer mundo financiados por el gobierno del PT, y la izquierda no parlamentaria y los movimientos sociales alejados del gobierno, que hacen su parte tomando las calles.
Bienvenidos Blatter y FIFA a Latinoamérica...
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