2 de junio de 2014

Si Jules Rimet viviera.


Los pies del Cristo Redentor, flamante “maravilla del mundo”, se convirtieron en fiesta: desfiles de anchas banderas y gigantescas camisetas con el uniforme de la selección brasileña saludaron el anuncio de la FIFA en Río de Janeiro y (luego) en Sao Paulo. Era octubre de 2007 y Brasil acababa de ser elegido como nuevo anfitrión del Campeonato Mundial de fútbol 2014.

La designación mereció la presencia del presidente Luiz Inacio Lula da Silva, encabezando una importante delegación formada también por el ministro del Deporte, Orlando Silva, y el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, Ricardo Teixeira, además del seleccionador Dunga y el mítico Romario, pero con la destacada ausencia de Pelé.

Lula llora de emoción. Brasil, anfitrión mundialista (2014) y olímpico (2016), llega a la cúspide, a la vidriera del mundo… FIFA posa su “mano santa” sobre su territorio.

El opulento lobby y las cifras superpobladas de ceros bloquean las numerosas candidaturas y diluyen la expectativa pública: tras la retirada de Colombia, Brasil se había quedado como única aspirante, por lo que no se esperaba otra decisión que la designación, prolija y señorial en escena, por parte del Comité Ejecutivo de la FIFA reunido en Zurich.

Muchos años han pasado desde 1930, cuando Jules Rimet llevaba a cabo arduas labores diplomáticas para convencer a las federaciones de participar en el (1º) Mundial.

Después de tachar la idea de considerar los torneos olímpicos como reconocidos campeonatos mundiales, el 8 de septiembre de 1928, en Zurich, la Comisión de la FIFA dio a conocer los cuatro puntos que rigen el (nuevo) Campeonato del Mundo.

1. La FIFA organizará cada cuatro años, a partir de 1930, un campeonato mundial de fútbol.
2. En el mismo podrán inscribirse todas las asociaciones nacionales pertenecientes a la FIFA.
3. Se sortearán los países participantes.
4. Si se inscriben más de 30 países, se podrán establecer encuentros eliminatorios.

La aprobación de estos principios se produjo en el Congreso de la FIFA celebrado el 18 de mayo de 1929 en Barcelona, donde se establecieron también las condiciones financieras y deportivas del torneo.

El país organizador correría con todos los gastos y el sistema de competición sería el de copa a un solo encuentro; es decir, sucesivas eliminatorias por sorteo hasta llegar a la final.

Además de Uruguay, que resultó elegido sede por aclamación, se habían presentado las candidaturas de Holanda, Suecia, Hungría, Italia y España, que fueron desestimadas por los congresistas. Ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, la mayoría de los reunidos en el congreso decidió que era de justicia conceder a Uruguay el honor de albergar la primera Copa del Mundo que, además, coincidiría con la celebración del centenario de su organización constitucional. Los uruguayos prometieron, por su lado, edificar un estadio con capacidad para 108.000 espectadores.

Pero la euforia que se respiraba en el congreso de Barcelona duró poco. Dos meses antes de la inauguración del campeonato, fijada para el 13 de julio de 1930, ningún país europeo había hecho llegar a la FIFA su solicitud de inscripción. Las selecciones de Alemania, Austria, Checoslovaquia, Holanda, Hungría, Italia, Suecia y España, que habían anunciado su presencia en Uruguay, se echaron atrás. Las razones que esgrimieron eran la falta de aclimatación de sus jugadores al crudo invierno uruguayo, la imposibilidad de interrumpir sus campeonatos nacionales, el perjuicio económico que iba a suponer para los clubes el prescindir de sus mejores jugadores durante varias semanas e incluso meses, y las dificultades que por aquel entonces entrañaba cruzar el océano.

La FIFA tuvo que ampliar al máximo el plazo de inscripción y llevó a cabo su ardua labor diplomática para tratar de convencer a las federaciones europeas de que participasen en el Mundial, ya que el anuncio de las masivas deserciones había creado un ambiente de hostilidad hacia el fútbol del Viejo Mundo en América Latina, sobretodo en Uruguay, y la situación de la FIFA, y la del propio Jules Rimet (presidente), se hallaba seriamente comprometida. Esta tarea de persuasión logró finalmente captar cuatro equipos europeos: Bélgica, Rumania, Yugoslavia y Francia.

El torneo se denominó Campeonato Mundial de Fútbol “Copa Jules Rimet”, en homenaje al hombre que sufrió mayores desvelos para que alcanzase éxito. El trofeo, que el propio Rimet llevó en su equipaje cuando viajó a Montevideo para presidir el primer campeonato, era una estatuilla cincelada en oro macizo por el orfebre francés Abel Lafleur. De 30 centímetros de altura, representa una victoria alada que sostiene, en sus brazos en alto, una copa y costó, entonces, 50 millones de francos franceses.

Se estipuló que la nación ganadora de cada campeonato guardaría la copa en depósito hasta la celebración del torneo siguiente, cuatro años más tarde, y que el trofeo pasaría a ser propiedad de la nación que ganase el Campeonato del Mundo en tres ocasiones.

La Copa Jules Rimet fue definitivamente obtenida por Brasil en 1970, cuando ganó por tercera vez el título en la edición del Campeonato celebrada en México. A partir de 1974, el trofeo en litigio es la Copa Mundial de la FIFA.

Siguió pasando agua bajo el puente. Alemania (con 2 títulos ganados desde 1974), Argentina (2), Italia (2) y el anfitrión, Brasil (2), compiten por llevarse el trofeo definitivamente a su país.

Siguió pasando agua bajo el puente. Los calendarios futbolísticos del mundo se detienen, los jugadores imploran por no lesionarse, los partidos se juegan a los horarios que la TV decide y las candidaturas de sede son el bien más preciado hasta con quince años de anticipación. Las reiteradas denuncias de millonarias coimas al respecto son lo que, acaso, Jules Rimet, no hubo llegado a imaginar.

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