16.06.2012 - El concepto bostero de la actualidad no tiene nada que ver con el de los ´70 “porque Macri llegó a Boca a riverizarlo. Entró el sushi”, dice el Puma Goity (Revista Un Caño #48 pág.48) y explica que “riverizarse” es “el hincha que se viste mejor, la cancha que no tiene olor a bosta, mucha cosita de merchandising, sirven comidas calientes…”
Los cambios son inevitables y ante ellos, al estilo Umberto Eco (Apocalípticos e Integrados) surgen dos grandes tendencias entre las que fluctuamos. Discursos nostálgicos vs jóvenes desprejuiciados; unos aferrados a la historia (que conocen), otros desaferrados (por no conocerla).
El fútbol “siempre fue un negocio – reconoce Goity – pero ahora cambió el mundo también. De hecho, hoy por hoy, no es tan fácil ir a la cancha como antes. Antes estabas en tu casa y te pintaba ir a la cancha y salías. Hoy, si no sos socio, si no sacaste la entrada, olvidate. Hay mucha más violencia; antes, la barrabrava te cuidaba, hoy te roba.”
A cuento traemos al devenido quemero Puma Goity (ex bostero) por el asunto de los cambios y el tatoo (patrocinado) de Sebastián Abreu.
El Puma Goity quedó enamorado de su patria (su juventud) donde residían Angel Clemente Rojas y Osvaldo Potente (1970). Entonces, y hasta bien entrados los ´80, el tatoo se llamaba tatuaje y estaba conminado a sectores marginales.
Típicamente presidiario el tatuaje era visto como una afrenta al dolor, un signo de cierta valentía y (no menos) desesperación en algunos casos. Los motivos tatuados tenían un contenido (mayormente) explícito (significante) y abundaban en texto. Se trataba de algo (más bien) casero y de estética políticamente incorrecta. “Madre”, “Dios Padre”, “Roxana” u otras palabras (poco y rudimentariamente decoradas) recorrían antebrazos bien guardados bajo camisas desde una clase baja hasta el fondo de las cárceles.
Así como el fútbol, el tatuaje cambió (hasta de nombre) y devino en “tatoo” como (fulminante) moda que derrama desde el más recóndito jet set. (no sólo futbolístico). Este tatoo siglo XXI llega con inmaculado rigor estético y desprendido de mayores significancias para entronizarse como signo de “moderno” prestigio.
Inmensa cantidad de imágenes descansan en omóplatos, coxis, pantorrillas, hombros, brazos y pechos sin que el portador conozca su significado: “porque me gusta” y punto.
El propio e histórico Puma Goity cae en el asunto cuando se le pregunta ¿por qué hay hinchas que prefieren que pierda San Lorenzo a que gane Huracán?
“Porque es pasión. No importa por qué. Si vos te enamorás, ¿te importa saber por qué? No, y punto. Esto es lo mismo. ¿Qué tenés que andar pensando todo?”
El tatoo moda ya generó su propia y multitudinaria industria y, como no podía ser de otra manera, los ojos empresarios (en combo con los publicitarios contratados) también lo llevan a su molino.
Ya vimos, por ejemplo, el arraigo del tatoo en el mundo del fútbol desde sus protagonistas. También vimos como los publicistas produjeron campañas en base al tatoo. Y ahora nos queda correr el último velo del tatoo.
Si ya se vació de valor significante, si ya no identifica (ni distingue) a sector alguno, si ya se cosificó como (mera) moda, si pasó de gesto íntimo a social, el tatoo contiene, al menos hasta ahora, cierto simbolismo de elección y libertad individual.
Aquí aparece entonces el uruguayo Sebastián Abreu (hoy ídolo del Botafogo) tatuándole su antebrazo bajo pago de patrocinador para formar parte de una publicidad de botines: “Soy Loco, sou Puma”.
Pasará. Abreu no perderá el mote de “Loco” (que bien le hubiera cabido de tatuarse solo unos años antes). Y hasta quizás el propio Puma Goity, autoreconocido “pollerudo”, no haga una excepción y se tatúe a pedido de su mujer. "¿Qué tenés que andar pensando todo?"
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